sábado, 30 de julio de 2011

DISCURSO DEL GENERAL GOROSTIETA

Desde el cuartel general de El Triunfo, en el Estado de Jalisco, el Jefe Supremo de la Guardia Nacional, generalísimo Enrique Gorostieta Velarde a los miembros del Comité Directivo de la L.N.D.L.R. (Liga Nacional en Defensa de la Lucha Religiosa). 16 de Mayo de 1929

“Desde que comenzó nuestra lucha, no ha dejado de ocuparse esporádicamente la prensa nacional y aún la extranjera, de posibles arreglos entre el llamado Gobierno y algún miembro señalado del Episcopado Mexicano, para terminar el problema religioso.
Siempre que esta noticia ha aparecido, han sentido los hombres en lucha que un escalofrío de muerte los invade, peor, mil veces peor que todas las amarguras que han debido apurar. Cada vez que la prensa nos dice de un Obispo posible parlamentario con el callismo, sentimos como una bofetada en pleno rostro, tanto más dolorosa cuanto que viene de quien podíamos esperar un consuelo, una palabra de aliento en nuestra lucha; aliento y consuelo que con una honorabilísima excepción de nadie hemos recibido.
Estas noticias que de manera tan irregular ha dado la prensa y las que nunca han sido desmentidas de manera oficial por nuestros Obispos, siempre han sido de fatales consecuencias para nosotros; los que dirigimos en el campo siempre hemos podido notar que a raíz de una de ellas se suspende el crecimiento de nuestra organización y para volver a obtenerlo hemos debido hacer grandes esfuerzos.
Siempre han sido estas noticias como duchazos de agua helada a nuestro cálido entusiasmo.
Una vez más, en los momentos en que el déspota regresa chorreando sangre, después de dominar por malas artes (oro y apoyo extranjero) a un grupo de sus mismos corifeos que le fueron infidentes; ahora ante el fracaso de los sublevados del Norte, la Nación tiembla de pavor ante la perspectiva del desenfreno del tirano; ahora que este pavor se comunica hasta a diversos grupos nuestros; ahora que los que dirigimos en el campo necesitamos hacer un esfuerzo casi sobrehumano para evitar que ese desaliento contamine a los que luchan; en los momentos precisos en que más necesitamos de un apoyo moral por parte de las fuerzas directoras, de manera especial de las espirituales, vuelve la prensa a esparcir el rumor de las posibles pláticas entre el actual Presidente y el Sr. Arzobispo Ruiz y Flores, pláticas que tienden a solucionar el conflicto religioso y rumor que toma cuerpo con las ambiguas, hipócritas y torpes declaraciones de Portes Gil hechas en Puebla el día cinco del presente.
No sé lo que haya de cierto en el asunto, pero como la Guardia Nacional es institución interesada en él, quiero de una vez por todas y por el digno conducto de ustedes exponer la manera de sentir de los que luchamos en el campo, a fin de que llegue a conocimiento del Episcopado Mexicano y a fin también de que sean ustedes servidos en tomar las providencias que sean necesarias para que llegando hasta Roma obtengamos de nuestro Santo Vicario un remedio a nuestros males… La Guardia Nacional es el pueblo mismo; es la Institución que en el pasado y en el presente de esta lucha se ha hecho solidaria de la ofensa inferida al pueblo mexicano, en un tiempo indefenso, por mexicanos traidores; la Guardia es el contrincante natural de todo lo que en México hay de indigno y espurio. La Guardia tiene ya algunas armas y son éstas la única seguridad que tenemos de vivir en un relativo ambiente de justicia.
Si se nos objetara que la fuerza material con que contamos no es de tomarse en consideración, podemos desmentir tal dicho con sólo hacer notar que es nuestra actitud la que provoca el intento del tirano para solucionar el conflicto. Esto está en la conciencia de todos. Pero aún hay más: nuestra fuerza está constituida por un pequeño ejército, pobre en armas, riquísimo en virtudes militares, que lucha cada día con más éxito por libertarse de una jauría rabiosa que los esclavizaba; por un pueblo entero que está decidido a conquistar todas las libertades y que tiene puestos sus ojos no en la promesa banal que puede hacerse al Episcopado, sino en la obligada transacción a que tiene que someterse el grupo que ahora nos tiraniza.
Lo que nos hace falta en fuerza material no le pedimos al Episcopado, lo obtendremos de nuestro esfuerzo; sí pedimos al Episcopado fuerza moral que nos haría omnipotentes y está en nuestras manos dársela, con sólo unificar su criterio y orientar a nuestro pueblo para que cumpla con su deber aconsejándole una actitud digna y viril, propia de cristianos y no de esclavos… Que los señores Obispos tengan paciencia, que no se desesperen, que día llegará en que podamos con orgullo llamarlos en unión de nuestros sacerdotes a que vengan entre nosotros a desarrollar su Sagrada Misión, entonces sí en un país de libres. ¡Todo un ejército de muertos nos manda obrar así!”

Cristeros toman el cine

Tras casi 40 años de silencio, el tema de la Cristiada reaparece con tres filmes: Cristiada, Cristeros y federales y la Guerra de los Cristeros.




Los últimos cristeros, esos que durante meses pelearon contra el gobierno de Plutarco Elías Calles para “proteger” su religión, estaban flacos por la falta de comida y, para engañar a los soldados, se dividían la pólvora de las balas para simular que tenían municiones. “Lo que importaba era que al menos tronaran”, dice el cineasta Matías Meyer.

Él, junto con otro grupo de cineastas, se ha dedicado a recrear durante los últimos meses, esa cruda etapa histórica en la pantalla grande.

Y esta mañana, en el marco del Festival Internacional de Cine que se realiza en esta ciudad, habrá una mesa de trabajo sobre la importancia de esta parte de la historia en la cinematografía nacional.

Meyer trae bajo el brazo Los Últimos Cristeros, basado en Rescoldo, libro escrito por Antonio Estrada, quien a su vez se inspiró en su papá, un coronel de la época.

“Es sobre los últimos días de unos guerreros que están en una guerra perdida”, señala el hijo del historiador Jean Meyer.

“Es un poco la lucha de David contra Goliat, un gobierno enorme de hierro y unos campesinos que no tiene idea de la guerra y tienen la misión de defender lo que ellos creen, gente a quienes se les quitó la tierra y ahora también su creencia. Es su última dignidad”, agrega Meyer.

Para esta aventura, el director utilizó locaciones donde realmente hubo cristeros y el elenco es de “no actores”, algunos de los cuales bajaron diez kilos para dar el look de su personaje.

Los últimos cristeros, con una inversión de 16 millones de pesos (por abajo del promedio de una cinta nacional), se rodó entre noviembre y diciembre.

“Era impresionante sentir la vibra de ahí, donde se afilaban cien caballos y ahora es una cueva vacía. Se sienten presencias fuertes, de muerte, es algo que tiene la película.

“Resulta que buscando locaciones, me encontré con una persona que era guía del lugar y que usaba un vocabulario muy parecido al del libro. Él aparece en la película”, recordó.

La nueva ola

La guerra de los cristeros, que se llevó a cabo entre 1926 y 1929 en diversas entidades del país, ha sido poco tocado en el cine mexicano de décadas pasadas.

En 1972 Raúl de Anda filmó Sucedió en Jalisco, protagonizada por Pedro Armendáriz Jr., Jorge Lavat, Rodolfo de Anda y Alicia Bonet, que tuvo poca respuesta entre la gente.

Ahora, además del proyecto de Meyer, la estrella hollywoodense Andy García filmó el suyo a mediados del 2010, bajo el título Cristiada.

Junto con Eva Longoria, Eduardo Verástegui, Leticia Huijara, Adrián Alonso, Rubén Blades y la leyenda Peter O’Toole, interpretó la vida de Enrique Gorostieta Velarde, un regiomontano que participó en la Revolución y quien, durante la guerra cristera, se puso al frente de los rebeldes católicos.

A estas películas se suma el cortometraje de la directora Isabel Cristina Fregoso quien presenta en el festival de Guanajuato Cristeros y Federales. 

sábado, 23 de julio de 2011

¡VENID A VER COMO MUEREN LOS CRISTIANOS!


El Pbro. Gumersindo Sedano y Placencia, párroco de La Punta, población del estado de Jalisco perteneciente a la Diócesis de Colima, iba a hacerse cargo de una Capellanía Castrense en las fuerzas Cristeras del General Dionisio Eduardo Ochoa que operaban en Colima, yendo acompañado de los demás jóvenes que morirían con él, quienes marchaban a unirse con los Libertadores. Delatado por una pordisera fue encarcelado, y en la prisión respondió al jefe de los verdugos que le ordenaba se callara y le llamó bellaco:
“¿Callar?…Mientras tenga un átomo de vida no dejaré de gritar. ¡VIVA CRISTO REY!… Los católicos no somos bellacos: usted mismo lo sabe. Si mis compañeros de prisión no hicieron fuego al ser arrestados, fue porque no tenían armas; dénselas a estos Cruzados y veréis si son bellacos o héroes. Vosotros sóis bellacos y cobardes.  Podéis matarme como queráis. ¡VIVA CRISTO REY!”
Al ser conducido a la estación de la población para asesinarlo, el sacerdote iba gritando con todas sus fuerzas a los transeúntes. ¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA LA VIRGEN DE GUADALUPE! ¡Venid a ver como mueren los Cristianos! Y cantaba: “Corazón Santo: Tú reinarás; México tuyo siempre será”. En la estación fueron fusilados primero PEDRO TREJO, EDUARDO UGALDE y los otros tres Cristeros, colgándose luego sus cadáveres de unos árboles que allí había. El sacerdote se dirigió entonces a los católicos que tristemente presenciaban la matanza sin poder impedirla:
“Hermanos: la muerte no es lo que me arredra y atormenta, supuesto que dentro de breves momentos estaré gozando de Aquel en quien siempre he esperado y a quién siempre he servido con todas mis fuerzas en el Santo ministerio sacerdotal; lo que me arredra y atormenta es el temor de que no vaya  a ser un verdadero mártir, es decir un verdadero soldado que sepa desprenderse de esta vida mortal y perecedera. Mi delito no es otro, lo confieso, sino ser del número de los que en esta vida son los encargados de llevar las almas a Cristo nuestro Redentor. Mas tengo la satisfacción de haber cumplido mi deber hasta los últimos momentos  en que Dios me va a llamar a su tribunal sagrado, en donde tengo que dar cuenta de todos y cada uno de los fieles que me han sido confiados en mi Parroquia. Espero en la infinita misericordia de Dios que sabe perdonar y olvidar las ofensas de sus hijos, y que sabe absolver a los que se entregan en sus manos. No os pido otra cosa sino que siempre confeséis a Cristo en todo lugar y en todo momento: “Todo lo podemos en Aquel que nos conforta”, como dice el Espíritu Santo. Animo hermanos, y si sabéis luchar hasta el fin, nos veremos en el Cielo… Ya terminé Capitán”.
Este ordenó al mártir que se descalzara y le fueran desolladas las plantas de los pies, se le intentó ahorcar dos veces, desgajándose otras tantas la rama de que se le suspendió; entonces, apoyando su cuerpo en una grieta del árbol al que se le colgaba, se le volvió a  ahorcar y se le hizo blanco para ejercitarse al tiro sus asesinos, quienes pusieron este letrero en el cuerpo inerte del sacerdote:
“ESTE ES EL CURA SEDANO”

domingo, 17 de julio de 2011

Así eran las mujeres cristeras


“Es una de esas callecitas pintorescas de Tlalpan, con sus largas tapias rebosantes de flores, con las ventanas llenas de macetas, con su sol vivificante poniendo sobre la dulce calma pueblerina una lluvia de oro en polvo.
Si en uno de esos bellos amaneceres en Tlalpan, algo hubiese atisbado a lo largo de esa callecita humilde, habría visto con mucha frecuencia a una señora de noble aspecto que salía con  firme paso de una modestisísima casa, tomaba calles arriba hacia las afueras de la población, y se internaba incansable y veloz, como una aparición misteriosa, en las estribaciones del Ajusco, el áspero volcán que limita el valle de México. Era la madre de Manuel Bonilla.
Intrépida señora que, como la madre de los Macabeos deseaba ver regresar a su hijo “con el escudo o sobre el escudo”. Se hallaba ya entonces el joven mártir luchando en las montañas para defender la libertad religiosa de su pueblo, y la admirable señora le buscaba a través de todos los vericuetos de la selva, entre los rudos peñascos y las escarpadas cimas, hasta dar con él.
¿Cual era el objeto de esas frecuentes visitas? Este, que parece increíble: llevar elementos de guerra, de combate a ese grupo bizarro que operaba en las montañas.
Cayó el intrépido muchacho. La infortunada madre quedó hundida en el más espantoso dolor: fue hasta el sitio donde Manuel había sido fusilado, desenterró su cadáver, le condujo a Tlalpan en la más dolorosa peregrinación que pueda imaginarse. Pero aquella heroína era demasiado grande para dejarse llevar por el abatimiento.
Una semana después, quien atisbase por las calles humildes del pueblo, hubiera reconocido sin duda alguna a la admirable señora saliendo muy de mañana, incansable y ágil como una hada, caminando con paso firme rumbo al Ajusco. Sus amistades trataron de disuadirla muchas veces. Pero ella nunca aceptó recomendaciones prudentes, a pesar de que la amargura inundaba su corazón de madre por la muerte de su hijo.
Se remontaba hasta lo más alto de los cerros, buscaba entre los bosques cerrados de aquella feraz región… ¿que iba a hacer esta heroína a aquellos peligrosos lugares?
Iba a llevar algo a los compañeros de Manuel Bonilla que aún quedaban allí, como los majestuosos cóndores que se repliegan en su nido, tremolando el pendón sagrado de la libertad religiosa. 
Así eran las mujeres cristeras”

miércoles, 13 de julio de 2011

“MIS CONFIDENCIAS AL HÉROE DESCONOCIDO”


En realidad no te conocen, nunca se habla de tus proezas, ni se nombran tus hazañas. No has figurado en esa pléyade de nombres grandes, heroicos que valerosamente supieron dar su vida por Cristo, y que se llaman mártires.
Has permanecido oculto, no te conocen, no saben que fuiste un héroe. No es justo, pues, que quedes en el olvido, quiero que seas conocido, no por ostentación ni vanidad, sino para que Dios sea glorificado y su Iglesia, hoy tan perseguida, sea exaltada y colocarte a la vez , en el lugar que a ti te corresponde.
No saben que fuiste un héroe, porque ignoran que fuiste uno de los primeros luchadores; que cuando la Iglesia estaba amenazada y perseguida por sus ingratos hijos; cuando ya Dios se había ausentado de los Sagrarios, y las lámparas de los templos se apagaron y no tenían ya vida; cuando las multitudes agobiadas por el sufrimiento con los ojos llenos de lágrimas buscaban como la esposa lo cantares al Dios ausente; cuando la confusión reinaba en los hogares y corazones de los Católicos estaban poseídos de infinita amargura, entonces tú lleno de santa indignación, dijiste: “yo iré a defender a Cristo y a su Iglesia, ofrendaré mi vida por conquistar nuestras libertades, y sabré cumplir con mi deber como cristiano, aunque para eso tenga que sacrificar lo más querido y grande para mí en la tierra”; y sin pensar que dejabas a la esposa amada, y a los hijos queridos, te lanzaste al campo de batalla, empuñaste el arma y te fuiste a engrosar el núcleo luchador, y henchido de amor santo, al incorporarte en las filas, el primer saludo que diste, ritual entre vosotros, fue el ¡VIVA CRISTO REY!
Entonces cual león rugiente te abalanzaste sobre tu presa, combatiendo tres días muy cerca del pueblo que te vió nacer. Allí, derramaste las primeras gotas de tu sangre. He aquí el triunfo. Fueron las primicias que dieras al Divino perseguido. Tu esposa y tus hijos cuando tuvimos conocimiento de que ya tu cuerpo tenía cicatrices, lloramos de ternura y de orgullo santo. ¡Cuánto sufriste entonces!, y el cielo es testigo de que nosotros no sufrimos menos.
Combatiste en varios puntos de Michoacán y Jalisco, sufriendo además de la persecución constante del enemigo, hambres, falta de ropa… Fuiste removido a una región tropical, cuyos desiertos se asemejan a los del Sahara. Era la arena tan candente que tus pies al pisarla se quemaban. Largos dos años luchaste con denuedo, siendo tu martirio más grande que el de los Mártires del Circo Romano, porque el de ellos consistía en unas cuantas horas y el tuyo fue muy prolongado. Pero nada te hizo desistir, ni ofrecimientos pingües, ni las lágrimas de tu esposa, ni los sollozos de tus hijos.
“No puedo -decías, con frases que en nuestro corazón quedarían grabadas-, dejar de considerar el sufrir de los seres que amo; pero hay una cosa más grande que supera ese amor y es Cristo, por quien lucho y por quien he dejado cuanto poseía”. No tuviste más que un ideal: vencer o morir. “De no ser, -decías- como lo hemos pretendido, que Dios me quite la existencia”. Y así fue: como no se consiguió lo que deseabas, oyó Dios tu plegaria, y por permisión de Él fuiste removido al lugar donde los ángeles te esperaban con tu palma y tu corona. Ya habías cumplido tu misión, ya habías dado pruebas de hombre y de cristiano; si no obtuviste tus deseos, la culpa no fue tuya. Ya habías terminado y ¡oh designios de Dios! precisamente al ofrecer el sacerdote la Víctima del Holocausto, en esos mismos momentos tu cuerpo hizo blanco a las balas enemigas, y al pie del Sacrificio del Altar, tú también ofreciste tu vida y diste tu sangre. Tu cuerpo, pues, cayó sin vida sobre el frío pavimento en un lago de sangre. Ya habías dejado escritas tus instrucciones, y como no tenías herencia que legarnos, nos dejaste bellísimos consejos que en nuestro corazón quedarán grabados con caracteres de oro y jamás se borrarán.
¡Sangre bendita! Yo quisiera cubrir de besos la tierra que te sostuvo. Moriste tan pobre, que aún en ésto imitaste a tu Divino Maestro y como Él, no tuviste en los instantes supremos dónde reclinar tu cabeza. Ahora yo quiero preguntarte: ¿Que el sacrificio tuyo y de millares de mártires será estéril? ¿No ves cómo la Iglesia se halla nuevamente encadenada y sus ministros perseguidos con más furia? ¿No sabes que quieren extinguir el nombre de Aquel por quien moriste? ¿No sabes que quieren corromper el corazón del niño evitando ya que en las escuelas se pronuncie el nombre de Dios? ¿No te acuerdas que tus hijos también son niños? Levántate, pues, y anda al solio donde se halla la Divina Esencia, preséntale tus llagas que aún chorrean de sangre y dile: que la tome para que con ella inyecte a los hombres para que vigorizados con ella, sepan defender sus derechos, tengan valor para aprestar a la lucha y vayan también sin miedo, sin cobardía al campo de batalla. No olvides a tus hijos, también hostilizados por los mismos tuyos. ¡Quién lo creyera! Vela por ellos, pues por sus venas también corre sangre guerrera, y mañana, cuando el clarín llame a la lucha, cuando las huestes del Divino Maestro se apresten a la defensa, también ellos, tus hijos, seguirán tu ejemplo y saldrán a la defensa de su Dios y de su Patria. No te olvides, como lo ofreciste, de pedir por todos los que nos hicieran bien, para todos, un lugar en la gloria.
+María Trinidad Martínez Viuda de Fernández, habiendo dirigido estas palabras a su esposo +José María Fernández muerto en campaña.  (aquí)
Epístola que fue publicada en el número del semanario católico La Palabra correspondiente al 18 de Octubre de 1931.

sábado, 9 de julio de 2011

¡VIVA CRISTO REY! MENSAJE AL MUNDO CIVILIZADO


México se hunde, ¡Oh pueblos civilizados del orbe! ¡México se hunde, y quizá para siempre, en los negros abismos de la infidelidad y la barbarie! La luz de la civilización que durante más de cuatro siglos iluminara sus destinos está por extinguirse agitada por el huracán de la revolución social más espantosa que jamás haya conmovido a pueblo alguno de la tierra. Y no son los detalles del edificio social los que se vienen abajo, son los cimiento mismos los que crujen y amenazan acabar con la existencia misma del edificio.
Ya no sólo es la Iglesia Católica la que va a perecer en este gran cataclismo, son todas las instituciones sociales las que van a ser arrastradas por las furiosas corrientes de la barbarie y del odio a la cristiana civilización. Su religión ha sido proscrita, sus sacerdotes han sido bárbaramente expulsados del seno de la patria o vilmente asesinados por la insaciable clerofobia de los nuevos Nerones, sus templos han sido profanados, violadas sus vírgenes y prostituidos sus jóvenes. De las escuelas ha sido arrancada la enseña de la Redención, y sus maestros ya no son libres para transmitir a las nuevas generaciones la herencia moral que recibieran de sus antepasados, sino que fatalmente están inoculando a los nuevos vástagos el virus de la inmoralidad y de la disolución social. Nuestras riquezas han sido dilapidadas por los modernos Epulones a quienes no bastan sus pingües rentas para hartarse de placeres en bacanales y orgías. Nuestro crédito es nulo, nuestra industria está muerta; la agricultura ya no nos da el sustento necesario y por todos los campos de la Patria se agita gigantesco y terrible el espectro del hambre. Los asesinatos se multiplican, las deportaciones se aumentan y las cárceles ensanchan sus hediondos senos. El tirano, sediento cada vez más de sangre de Cristianos, ya no disculpa edad, ni sexo, ni condición de personas, siempre que las inermes víctimas no logran escapar de las garras de sus crueles sayones.
En México ya no existen la Constitución, ni leyes , ni magistrados dignos de tal nombre: el capricho del tirano es la suprema ley, y su voluntad se ha impuesto a todos los órdenes y grados de los ciudadanos. De no cambiar súbitamente el curso de los acontecimientos, México será sustraído por completo a la civilización occidental y girará en torno de la barbarie comunista; esto es: perderá la fe de sus padres que es el más rico tesoro que ahora poseemos y retrogradará a las tinieblas del viejo paganismo. Más aún: irá a las sombras de la muerte herida por la Piedra Angular contra la que van a estrellarse todos los que maquinan contra la Iglesia y su Cristo… Existe un buen número de mexicanos que han conservado la fe en sus padres y en cuyos pechos arde la caridad de Cristo.
Tales son los mártires de la presente epopeya cuya sangre generosa es suficiente para borrar nuestros crímenes y nuestras cobardías; tales son los valientes soldados que han preferido empuñar la espada vengadora en los campos de batalla a engrosar las filas de la esclavitud; tales son las pléyades de mexicanos que, sin ir a los campos de batalla, honran a su Patria y glorifican a Cristo Rey, en las mazmorras, en las cárceles, o bien en las dichosas Islas santificadas ya con la presencia de tantos confesores de Cristo… México se hunde, porque nosotros los sacerdotes, los abanderados de la causa de Dios, hemos sido también indiferentes a las lágrimas de nuestro pueblo y no hemos venido prontamente al auxilio de los buenos mexicanos que han luchado y luchan valerosamente por la causa de la libertad. Es muy cierto que estamos pobres, que hemos sido ya despojados de nuestros bienes por la avaricia insaciable del jacobinismo mexicano; pero todavía la Iglesia, pobre y desvalida, tiene en sus manos unas cuantas monedas. ¿Porque no entregarlas a los soldados de la libertad? ¿Porque no desprendernos de nuestras alhajas y muebles para salvar la causa de la civilización? ¿Porque no alentar con nuestras palabras y ejemplos a tanto acaudalados ambiciosos para quienes nuestra conducta sería un argumento decisivo para excitar su largueza y generosidad? Si hay causa justa y santa alguna vez para agotar los tesoros de la Iglesia, esta es sin duda la causa de la libertad de la Iglesia. La Iglesia sin libertad no puede ser, ni se concibe, como no se concibe un hombre sin alma o un entendimiento sin luz. Es necesario que la Iglesia exista antes que todo. No puede la Iglesia ejercitar su ministerio divino, si ella no existe, y no existirá donde carezca de libertad para ejercer su celo. Luego todos los arbitrios de que ella disponga para conseguir su fin deberían emplearse en asegurar su existencia ante todo, y recuperar aquella libertad que es de todo punto indispensable para el ejercicio de su ministerio.
Nadie puede impedir la vida de la Iglesia, sin contrariar la voluntad de Jesucristo; luego no existe ley humana alguna ni puede existir, que se oponga a esta ley de la conservación o que ponga trabas a la lucha para la conquista de la libertad. México se hunde, finalmente, porque la tiranía imperante, contando con la complicidad de todos los pueblos de la tierra, ha jurado la ruina total de la Nación Mexicana. Sus golpes han sido certeros y terribles; porque no ha habido un solo pueblo que levante su voz en medio de esta orgía de sangre y exterminio y ponga un valladar infranqueable a los desmanes de un despotismo feroz que da en rostro a todas las naciones civilizadas en la tierra.
“Verdaderamente decíamos en Nuestra Sexta Pastoral, no alcanzamos a comprender cómo los pueblos civilizados hayan contemplado impávidos los ultrajes hechos con tanta osadía y descaro, no sólo a la dignidad de un pueblo, sino aun a la civilización universal”.
Y sube de punto nuestra admiración y extrañeza al considerar que desde el asalto al Templo de la Soledad, hasta el momento presente, la tiranía no ha dado punto de reposo en su obra de destrucción y de barbarie, y sin embargo, cuente aún con la amistad y cordiales relaciones de los pueblos más grandes y cultos de la tierra. Porque nosotros, que hemos aprendido del Maestro a llamar las cosas por su nombre, no podemos que menos de hacernos la siguiente reflexión: O la obra de la barbarie que realiza Calles en México es del agrado de los pueblos, o no, si lo es,
¿porque tantas declamaciones contra el bolchevismo considerándolo como la lepra de la humanidad? ¿Porque las naciones no se arrojan a los pies de la Internacional y confiesan su derrota? Y si no, ¿porque toleran un pueblo del Mundo de Colón sea descuartizado tan bárbaramente por los enemigos de la civilización?
Porque no podemos dudar un momento que los clamores de la víctimas hayan llegado hasta las naciones civilizadas, y que las deportaciones y matanzas que el gobierno callista realiza  diario sean conocidas por nuestros hermanos.
Además, son del dominio público internacional las amenazas de Calles contra la propiedad privada, caso de no prestar obediencia a sus leyes absurdas; y debiendo observarse que dichos atentados implican la abolición del concepto clásico de la propiedad tal como es aún hoy día en el Derecho Internacional, y contra las compañías petroleras más poderosas de Norteamérica. ¿Cómo explicar, pues, la actitud pasiva, por no decir complaciente, de los Estados Unidos y de los demás pueblos de Occidente, frente a los excesos del callismo? ¿Cómo concordar con sus tradiciones libertarias su actitud medrosa y espectante ante una tiranía incalificable que ha conculcado los derechos más sagrados de su pueblo junto con los derechos más sagrados de la humanidad? ¿En donde está aquella caballerosidad de España para vengar los agravios hechos, no a una dama cualquiera, sino a la Iglesia Católica, su Madre, y a la Nación Mexicana, su hija predilecta? ¿En dónde está aquella bizarría de los franceses para sostener en todas partes el imperio de la Justicia y del Derecho de Gentes? ¿En donde aquella grandeza y heroísmo de Inglaterra para defender en todas partes, aún en las apartadas regiones, los fueros de la libertad? ¿En dónde, finalmente, aquel horror innato a la esclavitud que tanto blasonan los Estados Unidos de Norteamérica, y que les ha movido a prestar auxilio a Armenia, a Irlanda y a los pueblos de otros continentes en idénticas circunstancias, cuando a un paso de distancia encuentran a un pueblo herido de muerte por la tiranía y la revolcándose angustiosamente en un charco de sangre? ¿No seremos, por ventura, dignos los mexicanos de la atención del mundo civilizado cuando, en los estertores de la muerte, dirigimos nuestras miradas suplicantes y nuestros descarnados brazos hacia los pueblos que pueden y deben ayudarnos? El pueblo mexicano ha sido despojado por la tiranía no sólo de sus derechos más sagrados sino también de las armas necesarias para la defensa de esos mismos derechos; ha sido azotado bárbaramente por la tiranía, y robado y esquilmado por sus eternos opresores; y, sin embargo, el pueblo mexicano se defiende en los campos de batalla, y protesta en los campos del honor, y clama, y gime, y se retuerce bajo la bota opresora del tirano, y derrama su sangre generosa para alcanzar la conquista de su libertad. 
El pueblo mexicano, finalmente, se hunde en los abismos de la muerte porque, no sólo los gobiernos oficialmente le han despreciado, sino que también los pueblos católicos mismos han visto con desdén sus atroces sufrimientos. Fuera del Sumo Pontífice de la Cristiandad, que de veras se ha preocupado por México, ¿que han hecho las demás Iglesias para aliviar siquiera nuestros males y socorrernos en nuestros infortunios? Ya no queremos vanas protestas de simpatía, ni artículos de periódicos u obras literarias más o menos candentes contra el despotismo: queremos algo más efectivo… Queremos unas cuantas monedas para aliviar tanta miseria y librar a nuestros hermanos del hambre y de la muerte.
Nuestros soldados perecen en los campos de batalla acribillados por las balas de la tiranía, porque no hay quien secunde sus heroicos esfuerzos enviándoles elementos de boca y guerra para salvar a la Patria. Queremos armas y dinero para derrocar a la oprobiosa tiranía que nos oprime y fundar en México un gobierno honrado que garantice el ejercicio de las verdaderas libertades…
San Antonio, Texas, a 12 de julio de 1927.
+José de Jesús, Obispo de Huejutla

LA FARSA DE JURADO 8 DE NOVIEMBRE DE 1928

En este día concluyó la farsa de jurado popular hecha contra de José de León Toral y demás católicos acusados por la tiranía revolucionaria, cuyo representante máximo y especial en esa ocasión, el licenciado Ezequiel Padilla, enfocó su requisitoria más que contra las víctimas procesadas, contra la Iglesia de México, diciendo numerosas necedades, blasfemias y herejías, como la de afirmar que el tirano y perseguidor del Catolicismo Alvaro Obregón era "un hombre que llevaba en su pecho, precisamente la la virtud socialista de Cristo", como la de asentar que el abominable Clero fue "el que en las mismas celdas de la Madre Conchita incubaba las terribles, las dolorosas resoluciones de enviar a los campos de batalla a gente inocente, a morir cegada por un necio fanatismo, cuando se olvida, porque en su ignorancia no ha penetrado la verdadera luz, de que los Evangelios y Cristo, y la Religión, no permiten fratricidios". José de León Toral fue condenado a muerte este mismo día, y estando seguro de que ese iba a ser el resultado de la FARSA DE JUICIO, expresó por último antes de que los "jurados" entraran a deliberar: 


"Yo quisiera que hasta lo último se cumpliera con la justicia. Y ya una vez que se me haya dado muerte, porque no espero otra cosa, y desde un principio les consta a todos que yo no he buscado defenderme; que ya, los que tienen odios, los depongan. De una cosa creo que no se me pueda tachar: de egoísta; y el egoísmo es lo que evita que muchos puedan ser buenos patriotas. Es lo único que tengo que decir"

martes, 5 de julio de 2011

CRISTO ES NUESTRO REY




Con su Encíclica Quas Primas, este Pontífice Romano proclamaba al mundo: “JESUCRISTO ES REY” . Sin este Rey no hay justicia, no hay abundancia, no hay paz. Por eso es necesario que Él reine: “Opportet illum regnare”. “¡Viva Cristo Rey!”
Un arcángel fue enviado a una Virgen llamada María a decirle: ” Serás Madre, pero quedarás Virgen. No temas. Tendrás un Hijo que Dios pondrá sobre el trono de David, su Padre, y reinará para siempre y su reino no tendrá fin”. (Luc. 1: 32).
Entonces el Hijo de María, el Cristo, el Ungido de Dios, subiría al trono de David. ¿Como podría reinar eternamente sin ser Rey? Luego, Cristo es Rey.
Cuando después nació en plena noche, Su madre, rechazada en todas las posadas, lo puso en un pesebre y lo envolvió en pañales. Los cielos se conmueven; una nueva estrella aparece en lo alto movilizando a reyes de lejanas tierras al lado del Rey de los Reyes. Llegando a Jerusalén los magos preguntan: “¿Dónde está Aquél que ha nacido Rey?” Jesucristo es Rey desde el primer instante. Si no hubiera sido Rey: ¿Porqué aquellos reyes de Oriente viajaron tanto por Él? ¿Porqué Herodes le tuvo tanto miedo? (Juan, 14: 15). Porque Cristo es Rey.
Y crecerá ese niño que lleva sobre sus hombros el imperio (Isaías, 9: 6) y después de haber mandado a las aguas a los vientos y a los hombres exclamará: “Guardad mis mandamientos”(Juan 14: 15). ¿Quién puede obligar a observarlas, si no es Rey? Luego Cristo es Rey.
Al amanecer de un Viernes, Poncio Pilatos, gobernador de Roma en Judea, se encuentra con que la multitud le lleva un hombre para que lo juzgue. Pilatos pregunta: “¿De que acusáis a este hombre?” Le contestan: “Condenadlo porque se hizo Rey. Si lo sueltas no eres amigo del César, porque todo el que se hace Rey va contra el César”. Pilatos, entonces se vuelve al detenido y le pregunta: “¿Es verdad que tú eres Rey?” Y Nuestro Señor solemnemente responde: “Es verdad. Tú lo has dicho”. Luego, Cristo es Rey.
En el calvario se levantan tres cruces. A diestra y siniestra colgaban dos ladrones. En la del centro, en lo alto, había una inscripción: “Iesus Nazarenus, Rex Iudæorum”, Jesucristo Nazareno Rey de los judíos”.
¡Que Rey tan singular! A su voz, el sol se obscurece; el cielo se cubre de tinieblas: la tierra se estremece.
¡Que Rey tan singular! Es un Rey que tiene por trono un cruz, por corona, un enjambre de espinas; por manto púrpura, su propia sangre cuajada sobre las espaldas. Y sin embargo, allí reinaba.
Cuando la muerte sobreviene a los demás reyes, sus reinados finalizan. Este Rey Divino, por el contrario, comienza a triunfar cuando muere: “Cuando sea exaltado, todo lo atraeré a Mí”. Hasta el ladrón a su diestra lo percibe y en las angustias de la agonía, dirigiéndose al Salvador dice:“Cuando estés en tu reino, oh Señor, acuérdate de mí”. Entonces ¡El Crucificado tiene Su Reino! Luego, Cristo es Rey.
Los Once Apóstoles habían ido a Galilea. Y he ahí, que en lo alto de un monte aparece el Señor Resucitado. Todos se postraron, adorándolo. Nuestro Señor avanza hacia ellos con los brazos abiertos, diciendo: “Me fue dado todo poder en el cielo y en la tierra; id y enseñad a todas las naciones”(Mateo, 28: 18).
¿Ha existido por ventura en este mundo un rey que tuviera todo el poder en el cielo y en la tierra? Ni Ciro, ni Alejandro Magno, ni Augusto, ni Carlomagno, ni Napoleón tuvieron poder alguno en el cielo; sólo un poco en la tierra. No mandaban al mar, ni al viento, ni a las enfermedades, ni al pan, ni a los peces, ni a todos los hombres. Más Jesucristo manda sobre todo y a todos y para siempre. Luego, Cristo es Rey Universal y Eterno. Y Su Reino es un Reino de consolación y de gozo.
Nuestro Señor no es Rey para afligir con impuestos a sus súbditos; ni para armarlos de hierro y fuego y llevarlos a matarse los unos a los otros. Cristo es Rey para guiarlos por el camino al cielo; para asegurarles la salvación eterna y llevarlos al reino de los cielos, con la Fe, con la Esperanza y la Caridad.
Por eso Nuestro Señor Jesucristo Rey nos invita a seguirlo con estas palabras consoladoras y paternales palabras: “Vosotros todos, enfermos, cansados, agobiados, venid a Mí que Yo os aliviaré. Mi yugo es suave, mi carga es ligera”.
Los súbditos del Reino de Nuestro Señor Jesucristo no se vuelven esclavos, ni son siervos, sino elevados a ser amigos y hermanos del Rey y, por consiguiente, hijos de Dios.
¡Oh maravillosa suerte! ¡Que gloria ser súbditos y hermanos del Rey Eterno e Hijos de Dios!
“A Tí, oh príncipe de los siglos, a Tí, oh Cristo, Rey de las Gentes; a Tí te confesamos, ¡Único Señor de las inteligencias y de los corazones!”
¡Viva Cristo Rey!

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